sábado, 3 de abril de 2010

2 de Abril


El peor de los olvidos como patrimonio argentino

Colaboración de Nicolás Corrado

Pasan los sucesos sin importar el mundo implicado en ellos y con el ambiente festivo   junto a las banderas al unísono de cánticos que se tornan invariables en nombre de la argentinidad, de la patriada de algún héroe sin importar su fuente, sea futbolístico, político, deportivo o militar, no hay distinciones ni tiempo de pensar lo que sucede.

Todavía parece como si fuera ayer cuando por abril del 82, un Galtieri  pretendía dar el último manotazo de ahogado en el mayor de los eufemismos al anunciar la ocupación Argentina en un territorio tan cercano como desconocido, aparejó la mayor de las manifestaciones populares propias de un amnésico crónico.

Y en ese transcurrir, es cuando aparece otro rasgo de la argentinidad, el ser propio al triunfo y ajeno al fracaso a la vez, el ser familiar o vecino del héroe o borrarse del que sufre el fracaso en el ambiente discriminatorio de la más intima y fría soledad.

Es el derrotado, el “fracasado” quien en un instante es enajenado no solo de apego sino que de toda memoria y de toda reflexión que implique formar un espejo en esa misma persona y que evita como algún tipo de distorsión toxica la percepción de que el que esta del otro lado por esas cosas de la vida puede ser el que evita esa relación.

En esta simple reflexión descansa la propuesta de un análisis introspectivo en una sociedad dada y es cuando surgen las conclusiones de que en el más profundo de los triunfalismos a su vez es el peor de los narcotizantes para el pueblo argentino que siempre esta  bien predispuesto a ocupar los alrededores de la Plaza de Mayo o el Obelisco, hondeando sus banderitas para hacerse uno con el mayor de sus efímeros éxitos.

El mismo pueblo que se olvidó de recibir a los jóvenes combatientes de Malvinas al volver del fracaso de su guerra y que solo ocupan ínfimos espacios los primeros días de abril de cada año, como si fuera una actitud que alcanzara, que satisfaga  una especie de deseo que conjugan la identidad y el patriotismo pero que después ya no parece tan necesario.

Aquellos triunfalistas que son concientes de esta actividad y al mismo tiempo pretenden escudarse en el pretexto de una guerra patrimonio de una dictadura, que no tuvo sentido más que para prolongar una muerte más que anunciada, en la validez de su alegato, también descansará la insensatez de no contar con el don de patria y el arrojo que tuvo el combatiente en ínfimas condiciones y mal alimentado.

Esa infinidad de condiciones en las que se presentan vigentes se da cuando los actuales focos de atención están puestos en otras escenas en discriminada actualidad, tanto de las agendas políticas, como en las mediáticas, e inconcientemente en nombre de un triunfalismo efímero atentan contra un bien prodigio: la memoria como valor cívico y bien ciudadano.

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