martes, 2 de diciembre de 2008

Plaza Pública


Esperanzas




En un cajón de la cómoda de mi madre está la medalla junto al diploma. Pienso en ella mientras miro la nota. Pienso en mis jóvenes 17 años cuando parado junto a otros compañeros de curso mirábamos todo el protocolo de aplausos, discursos y trajes.

Eramos cinco adolescentes que habíamos ido a ese edificio que nos parecía tan lejano. La universidad. ¿Llegaríamos a esa instancia? ¿Seríamos universitarios a partir de ese galardón? ¿La Patria se esperanzaba en nosotros?

Siempre me causó un poco de gracia esa medalla que mis padres guardaron con recelo y orgullo.
El ambiente universitario en esos momentos de mi vida estaba lejos, como estaba lejos alguna idea certera de qué iba a hacer después de terminar 5to año. Sí, quinto año. No hace tanto tiempo existió algo llamado colegio secundario que constaba de cinco años de formación. La escuela primaria era hasta 7mo grado, y en esa pausa de tres meses dejabas de ser niño para convertirte en adolescente y revelarte contra el mundo adulto.

Ese mundo que ahora condena a los jóvenes por delincuentes y peligrosos. Ese mundo adulto que trajo una reforma educativa fracasado en otros países y que aquí hizo estragos en todos los ámbitos. Jóvenes de 14 o 15 años compartiendo espacios con niños de 6. Padres enloquecidos por tener que solventar dos viajes de egresados (¿¡!?), cuando se terminaba 6to año que correspondía al segundo ciclo y después nuevamente en 9no, porque ahí se daba por terminada la EGB (Escuela General Básica). Niños-adolescentes que no terminaban de cerrar su infancia ni terminaban de encarar su nuevo estadio hormonal y corporal que es la adolescencia.

Y mientras tanto la educación pulverizada con cambios de planes de estudio, de currículas, docentes y profesores enloquecidos enfrentándose por dar materias y así llegar a un salario digno. Edificios escolares colapsados y otros vacíos. Escuelas partidas en distintos edificios. Gastos, gastos y gastos. Y mientras tanto la Patria esperando a esas esperanzas que la sacarían adelante.

Pasó el tiempo. El sistema educativo se volvió a reacomodar y a modificar y parece que volvimos a la primaria y la secundaria. Pero con cambios que ya no los entiende mi persona avejentada en tan poco tiempo. Ni siquiera llegué a los treinta y ya cargo con dos reformas educativas.

Veo al intendente de este momento y recuerdo al que me saludó al momento de yo recibir mi medalla y diploma correspondiente. Vienen del mismo lado político. Al igual que los gobiernos que modificaron, una vez para peor y otra no sabemos aún para qué lado, el sistema educativo. Qué paradójica que es la política argentina.

Y al final de esta nota se me ocurre recordar a mis otros compañeros que recibieron junto a mí este reconocimiento. Nunca más los volví a ver. Que será de su vida y qué estarán haciendo esas esperanzas de una patria que vive convulsionándose cotidianamente entre aplausos, discursos y trajes. Toda una cuestión de protocolos.

Toda una cuestión de hacer creer a un joven de 17 años que con una medalla y un diploma se le garantiza el futuro. Por eso mismo esa medalla y ese diploma están en la cómoda de la habitación de mis padres. A ese joven nunca le gustó cargar con responsabilidades más allá de sus propias acciones y obligaciones. La patria sabrá que esperanza depositar en cada uno de sus habitantes y cada unos de sus habitantes debe saber qué hacer para hacer crecer esa Patria. Sin necesidad de protocolos, discursos y aplausos.

1 comentario:

juan Super Fluo dijo...

No hay desperdicio en absolutamente ninguna palabra de reflexión tuya.
Totalmente de acuerdo con vos, contra el destino hipócrita que se nos traza desde el Estado y el sentido común y con la falta de protagonismo de la gente ante lo que se impone.

Tus editoriales dan que hablar. Que tu palabra se haga palabras en los demás.
salud y felicitaciones por cercano oeste.