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jueves, 9 de julio de 2009

La Brujula - El Frio



EL FRÍO


Subiéndose a la ola invernal, el autor de esta nota, aprovechó su espacio de recomendaciones para hablar un rato sobre la tipología del frío.






Hay diferentes fríos. Están los fríos violentos, los del viento en la cara y las manos entumecidas. También los repentinos, los que precipitan escalofríos y pieles de gallina. Los hay eternos, los de los que viven o han vivido en las calles y lo conservan en sus huesos aún en días soleados. Hay fríos chiquititos, de frazadas escurridizas, calefacciones averiadas y bufandas olvidadas en el cajón.


Los hay profundos y dolorosos, parecidos a besos esquivos y ojos de amor menguante. Y no olvidemos los que hielan la sangre, hijos del miedo más intenso o de esos avergonzantes julepes. Hay fríos de mañana y fríos de costado, el frío implacable del trabajador que espera el colectivo y aquel frío plácido de las noches de playa.

Los hay solitarios y sociales, históricos y pasajeros, intermitentes y paralizantes. Hay fríos que se pueden prevenir, flanquear y otros tan redondos y aplastantes que son inexorables, imbatibles y desmoralizantes. Hay fríos agotados, como hilos que se cuelan por las hendijas, y los hay enérgicos, cuyo vigor tuerce la más tenaz de las voluntades.

Según la lingüística, sabemos lo que el frío es porque hemos experimentado el calor. Más no basta con conocerlo por oposición, haberlo sufrido es un requisito excluyente cuando nos aventuramos a combatirlo. Reconocer, por ejemplo, la utilidad sustancial de los diarios. Pero más que nada, y gripes aparte, convencernos de que la manera más efectiva de mitigar el frío no es individual sino colectiva. Saber que no hay peor invierno que la soledad.

Damián Pellegrino

jueves, 18 de junio de 2009

La Brújula - Una nueva esperanza

Una nueva esperanza:
la música de La Plata



“A través de soles
he venido escapando
tengo ganas de asentarme
en un planeta despoblado...”
Shaman y los hombres en llamas



Era la peor época para ser joven, melómano y argentino. Los auges creativos, que otrora ponían a andar el motor de la escena musical nacional, muy lejos y herrumbrados habían quedado. Con algunas pocas-pero-laudables excepciones, veíamos pasar años de vaciamiento compositivo, de bandas diseñadas en oficinas comerciales, de impulsos artísticos consumidos por la industria y el marketing. Deambulando entre los restos del naufragio, toda esperanza parecía perdida.

Pero algo se estaba gestando en el patio trasero. Una nueva matriz desde la que surgirían muchas de las bandas más promisorias de los últimos tiempos. Desde la ciudad de las diagonales surgiría otra nouvelle vague, esta vez musical. La Plata se convertiría en la Florencia renacentista.

Aclaración. Para ser justos, cada una de estas bandas merece un artículo propio -y escrito por una mejor pluma-, y no esta apresurada nomenclatura (menos parecida a una recomendación criteriosa que a una bolsa de gatos). De todas maneras, y como el espacio también es tirano, aquí va una muestra del contemporáneo brote platense: Shaman y los hombres en llamas, La Patrulla Espacial, Prietto viaja al cosmos con Mariano, El mató a un policía motorizado, 107 faunos, Sr. Tomate y normA.

Nacidos desde otro tipo de inquietudes (menos lucrativas), entrelazados en cada proyecto y en cada experiencia colectiva, comparten componentes únicos e innovadores: el resplandor del brío aventurero, la cinemática de la exploración constante y una virulenta intención de quiebre.

Aunados en sellos autónomos y autogestionados, como Laptra y Mandarinas records, estos grupos han sabido además recuperar la puesta en escena como una dimensión radicalmente potencial, en la que se expresan como lo hace un relámpago, como un estallido anárquico de música y energía. Y es que para definir su espíritu bastan sólo dos palabras: son independientes y libres.

Damián Pellegrino

jueves, 11 de junio de 2009

La Brújula - Folklore Top



Revisionismo folklórico

El folklore ha devenido la nueva moda entre una porción de la juventud capitalina y opulenta. Así como en su momento la cumbia y su efímero apogeo fueron el colorido de la noche porteña, hoy se acude multitudinariamente a las peñas céntricas.

Una de las maneras en que puede apreciarse este curioso fenómeno, es en el impagable espectáculo que tiene lugar cuando en estas reuniones se da paso al baile. Producto del enorme porcentaje de concurrentes que han egresado de las florecientes academias de danza folklórica, acontece el remarcable suceso de una coreografía casi perfecta.

Pero, por decirlo de manera llana, hay un grueso trecho -y no hablamos de kilómetros, precisamente- entre las peñas de baldosa y valet-parking de Olivos y la tierra agrietada de Atamisqui, Santiago del Estero. No comparten forma ni fondo. La alegría no es la misma.

Y la moda también se traslada. Eneros jujeños con menos jujeños que palermitanos. Una rubia legión atestando las plazas de Tilcara, Purmamarca, Cafayate o Amaicha del Valle. Tiñendo de idiosincracia porteña la tradición del norte argentino. Renovando la habitual costumbre de pisotear la cultura que se intenta conocer, desempolvando un hábito propio del colonialismo.



Es en medio de este auge efervecente que venimos a hacer nuestra recomendación de la semana.
Que invitamos a todo aquel interesado a darse una vuelta por la vehemente pluma de Yupanqui, el facón indómito de Larralde, la zafra retratada por Dávalos y Falú, y la historia misma de Cafrune. Allí bulle la fuerza vital del folklore, en la sangre rebelde del gaucho, en el destino que no se tuerce para los peones. Allí arde el fuego de la peña criolla y popular.

Damián Pellegrino

jueves, 4 de junio de 2009

La brújula/Recomendados


La música de Crowe


Aunar en un mismo texto varias de las propuestas de esta naciente columna parecía en principio tarea fácil. Tres eran las condiciones: dar una imagen de la manera en que nos acercaremos desde aquí al séptimo arte, comenzar a tender el alambrado de los criterios de elección del disco recomendado de cada semana, y todo ello visto desde el balcón del día del periodista. Todo era simple hasta que llegó Cameron Crowe.

Mucho se ha escrito ya sobre la cuota autobiográfica de Casi famosos (2000), su mejor película hasta la fecha. Hasta el hastío se han encargado los detractores de disparar sus cañones hacia los puntos flacos (sensiblería, facilismos, fórmulas ajadas y uno que otro etcétera) del par de películas que le siguieron, Vanilla Sky (2001) y Elizabethtown (2005). ¿Y quién ha sido capaz de perderse el derrumbe y la resurrección del bueno de Jerry Maguire (1996)?

Y de entre sus prolíficos trabajos para Rolling Stone -la revista original, no nuestra sucursal coterránea- se pueden destacar varias entrevistas a míticas bandas y cantautores, tales como David Bowie, Bob Dylan, Deep Purple, Pearl Jam, y su extensa charla con los legendarios Led Zeppelin -todas ellas disponibles en su
site-.
La figura de Crowe podía ser ensayada, a su vez, desde tantas perspectivas como carreteras se sucedieron en su trayectoria. Desde aquel niño de precoces logros académicos, haciendo escala en el respetable reportero de rock, y de paso por el guionista galardonado, hasta el intermitente director en que finalmente devino.

Pese a que la secuencia cronológica se presentaba inicialmente como la opción más coherente y apropiada para encarar el relato, había un componente esquivo que parecía no encajar en este tipo de aproximación. Se traspapelaba una de las cualidades intrínsecas de la obra del realizador: lo que podríamos denominar musicalidad.

Pero ese elemento que impregna cada una de sus obras se hace más evidente cuando afinamos el oído y nos detenemos en las bandas sonoras de sus films, y emerge por completo en las compilaciones que Crowe realiza junto a su esposa, Nancy Wilson, para las ediciones de sus soundtracks. Nirvana, The Who, Radiohead, Lynyrd Skynyrd, Joe Satriani, My Morning Jacket, The Smashing Pumpkins, R.E.M., Tom Petty, y una cantidad innumerable de reconocidas bandas conforman estas antologías memorables.

Tal vez sea el suyo un universo que se extiende más allá del cerco que se le impone a cuantiosos artistas dentro de un determinado rubro, que quedan encapsulados en una atmósfera única y fatal. Sea acaso su incesante búsqueda de nuevos horizontes la culpable de esta serie de traspiés cinematográficos que hoy nos toca sufrir. Es, sin dudas, su íntima relación con la música uno de los factores preponderantes de su inquieta oscilación.

Mientras esperamos un nuevo fruto de este director, dedicarnos a disfrutar de alguna de sus recopilaciones o a repasar una de sus películas no parece tan mal plan.


Damián Pellegrino